Aún puedo recordar la primera vez que el jazz me conmocionó las vísceras, como un empujón hacia el abismo de lo desconocido.






Mi padre puso una mañana en el tocadiscos "My song".



Recuerdo que en casa, mis padres se reunían con sus amigos y charlaban hasta altas horas de la madrugada..., escuchaban jazz y discutían sobre cuestiones de adultos que, lejos de comprender con aquellos escasos 5 años, ya me resultaban altamente atractivas.
Recuerdo la música y el humo, y a lo lejos, cientos de palabras que confluían, chocaban y se entretejían como hilos de colores, creando formas, mezclándose con las mil y una notas que coloreaban aquel cuarto de estar y que danzantes, sinuosas y seductoras se acercaban hasta mi dormitorio y tímidamente me susurraban sueños.
Recuerdo mirar la carátula de aquel disco, saborear cada esquina y deleitarme con los diálogos de aquellos instrumentos que parecían salidos de un mundo imposible.
Recuerdo los colores, las texturas, los sabores y la forma de cada esquina de aquella época.


Durante algún tiempo, lamentablemente poco, aquello fue la banda sonora de mi felicidad.

Puede ser por eso que quizás de modo inconsciente hoy siga buscando el jazz, el humo y el murmullo de conversaciones cada vez que puedo.
Y quizás por eso, cuando lo encuentro, dentro de mí vuelvo a sentirme esa niña, tan alerta a los sonidos y los acordes que siempre, cuando llegan, me hacen soñar...
todas las cosas que puedo llegar a ser... cuando sea grande...


"All the things you are" Keith Jarrett